Si alguien en la Historia de España merece el calificativo de genio militar, ése es Gonzalo Fernández de Córdoba. Perteneciente a la nobleza castellana, se crió en Córdoba y todavía niño pasó al servicio, primero, del príncipe Alfonso y luego de su hermana Isabel I.
Después de menos de dos años en el poder, Benjamin Netanyahu ha anunciado la disolución del parlamento y la convocatoria de elecciones. Previamente, Netanyahu había protagonizado un incidente significativo.
De creer a la madre de Pablo Iglesias, a su hijo, siendo casi un niño, “le dio por Lenin, Marcuse, Hegel, Allende... ¡Los devoraba!». Quizá sea así, pero en él no ha quedado la menor huella del pensamiento táctico o del análisis teórico de Lenin – a decir verdad, contradice ambos a cada paso – y no digamos ya de Marcuse o de Hegel.
Esta semana, Dios mediante, La Voz cumplirá sus primeros cincuenta programas de radio. Ese medio centenar de emisiones constituye una experiencia de libertad incomparable y más si se contrasta con lo que está sucediendo no sólo en España sino también en otros países con los medios de comunicación.
Una obra que, en realidad, es un conjunto de cinco libros redactados en períodos distintos de tiempo, cuya extensión es más que media y, sobre todo, que contiene material de una antigüedad muy considerable debería resultarnos casi por definición considerablemente lejana.
Como sucede con todos los grandes fenómenos históricos, el reinado de Isabel y Fernando ha sido objeto de valoraciones y juicios no sólo diversos sino incluso encarnizadamente contrapuestos. Para algunos, constituyó un paradigma de las bondades regias; para otros, un período especialmente siniestro… y sin embargo…
No son pocos los historiadores que han considerado que la esclavitud fue el pecado original de los Estados Unidos. Los puritanos carecieron de esclavos y los cuáqueros se opusieron encarnizadamente a la institución excomulgando incluso a aquellos de sus miembros que tuvieran esclavos.
Hace aproximadamente dos años, desde el diario La Razón lanzaba yo un grito en petición de ayuda para el Teatro de cámara Chéjov de Madrid. Su director, Ángel Gutiérrez, me había contado cómo la crisis y la subida de impuestos estaban estrangulando su sala amenazando con el cierre.