Hace apenas unas horas el Bank of America ha publicado un informe semi-confidencial sobre la situación política en España. Reconozco que estoy tan de acuerdo con él como si lo hubiera escrito yo mismo.
Hace ya unos meses comenté a los paseantes de este muro que estaba en marcha la publicación de mis libros en formato electrónico. No ha sido fácil, pero, gracias a la ayuda de gente experta como David Morán, puedo anunciar que, Dios mediante, ese proyecto se habrá convertido en realidad el jueves de esta semana. Permítanme contarles cómo va a ser.
Me consta que muchas personas han dedicado más de un pensamiento a la idea de por qué Dios tolera que sobre ellas recaiga alguna desdicha. Puedo comprender ese punto de vista, pero, si he de ser sincero, a mi lo que me plantea preguntas es más bien cómo Dios ha podido amarme.
Como en el caso de su predecesor Alfonso VIII, la infancia de Fernando III fue la de una criatura zarandeada por las rivalidades nobiliarias y las tensiones entre los reinos cristianos. Hijo de Berenguela, reina de Castilla, y de Alfonso IX de León, Fernando era presa codiciada por los ambiciosos y causa admiración que lograra emanciparse de ellos y, en poco tiempo, reunificar ambas coronas.
Lo dejé escrito aquí mismo la primavera pasada. Señalaba entonces que la única salida que podía quedar para salvar el sistema político era una gran coalición PP-PSOE. A medio año de distancia, temo – y lo digo con dolor – que mi visión se ha ido confirmando.
Una entrevista al escritor e historiador César Vidal: "A diferencia de los textos de otras grandes religiones los Evangelios se escribieron cerca de los hechos y sobre el testimonio de testigos oculares".
Lo afirmó un antiguo miembro del Comité Central del PCE llamado Jorge Semprún: los partidos comunistas demostraron, vez tras vez, su incapacidad para alcanzar el objetivo para el que habían sido creados, la conquista del poder. Había no poca verdad en la afirmación.
Debo confesar que Podemos me provoca el mismo estupor que la visión de un dinosaurio. Cuando a uno de sus dirigentes soltó lo del “leninismo de rostro amable” no pude dejar de pensar que lo mismo hubiera podido apelar al “nazismo de sonrisa suave” o al “stalinismo de gesto simpático”.