Tendría yo unos quince años, cuando en el colegio de San Antón se quedaron sin profesor de francés para los cursos de mayores. Acabaron contratando a un alemán, amigo de George Moustaki, bohemio y enamorado de la vida en España.
Una de las características repetitivas de las sociedades cerradas – de mentes cerradas, cabría también decir – es la articulación de medidas hiperprotectoras hacia las mujeres. Concebidas como un segmento de la población sometido a amenazas continuas procedentes de los varones, en torno a ellas se han entretejido castigos feroces que, en no pocas ocasiones, iban más allá de las propias disposiciones legales.
Se acerca el período vacacional y no he podido evitar que me asalten los recuerdos. No sé si será una experiencia común, pero yo recuerdo con bastante exactitud los períodos de mi vida que han sido felices, los que resultaron pasables y los que constituyeron una carga insoportable.
El inicio de la predicación en Galilea
Era yo mucho más joven entonces. Quizá más de un cuarto de siglo. Todavía era común escuchar la música en cassettes y yo entré en una tienda del sur de Estados Unidos buscando música góspel que no conociera. Fue así como mi mirada se topó con la foto de una hermosa mujer rubia.
¿Cómo sería el Reino de Dios? Semejante pregunta ha llevado a no pocas especulaciones a los judíos de todos los tiempos. Para algunos, no sería sino un remedo del actual estado de Israel aunque, eso sí, con Dios y mesías incluidos.
Hay lugares que se fijan en la memoria como huella de la dicha que una vez tuvimos y que, quizá, ya no está con nosotros. Conozco a la perfección los relacionados conmigo.
El enorme éxito de La lista de Schindler tuvo, entre otras consecuencias, que el director Stanley Kubrick abandonara su proyecto de llevar a la gran pantalla una novela de Louis Begley titulada Mentiras en tiempos de guerra.
Personalmente, me trae sin cuidado donde esté enterrado Franco. El Valle de los caídos no fue levantado para servirle de tumba sino como monumento de reconciliación con muertos de ambos bandos bajo la cruz. La decisión de sepultarlo allí se debió al rey Juan Carlos I y no al general.