Sólo hay una emoción humana que no aparece en el libro de los Salmos al que hemos dedicado las últimas entregas. Se trata del amor entre un hombre y una mujer.
Resulta un tópico señalar que Galdós fue el novelista español más importante del siglo XIX.
Resulta en ocasiones sorprendente descubrir la impresión tan absolutamente errónea que tiene el gran público de determinadas obras literarias. Estoy convencido de que para la inmensa mayoría la historia de Aladino y su prodigiosa lámpara no pasa de ser un relato para niños destinado única y exclusivamente al consumo infantil.
Imagínense que, una mañana, mientras se desayunan con las noticias del día referentes a los desarreglos nacionales e internacionales les sorprende la nueva de que naves extraterrestres han aterrizado en nuestro planeta. No son muchos, pero van pertrechados con un armamento superior al de nosotros los terrícolas.
Sin ningún género de dudas, el libro de los salmos contiene algunas de las porciones literarias de mayor hondura psicológica no sólo de la Biblia sino de la Historia de la literatura universal.
La definición fue dada por la propia reina en sus años de exilio: “A veces me parecía estar metida en un laberinto por el cual tenía que andar palpando las paredes, pues no había luz que me guiara.