Resulta en ocasiones sorprendente descubrir la impresión tan absolutamente errónea que tiene el gran público de determinadas obras literarias. Estoy convencido de que para la inmensa mayoría la historia de Aladino y su prodigiosa lámpara no pasa de ser un relato para niños destinado única y exclusivamente al consumo infantil.
Imagínense que, una mañana, mientras se desayunan con las noticias del día referentes a los desarreglos nacionales e internacionales les sorprende la nueva de que naves extraterrestres han aterrizado en nuestro planeta. No son muchos, pero van pertrechados con un armamento superior al de nosotros los terrícolas.
Sin ningún género de dudas, el libro de los salmos contiene algunas de las porciones literarias de mayor hondura psicológica no sólo de la Biblia sino de la Historia de la literatura universal.
La definición fue dada por la propia reina en sus años de exilio: “A veces me parecía estar metida en un laberinto por el cual tenía que andar palpando las paredes, pues no había luz que me guiara.
Reflexionando sobre los resultados electorales me viene a la mente sin cesar una vieja figurilla india. Se trata de los tres monos que, respectivamente, se tapan ojos, oídos y boca.
En una nación como Estados Unidos donde los grandes eventos deportivos son siempre antecedidos por la entonación del himno nacional episodios como el de una pitada contra el Jefe del Estado resultan simplemente inimaginables.
No se necesita una especial inteligencia para comprender que una organización que no duda en atribuir a su cabeza un tratamiento que la Biblia sólo atribuye a Jesús y que no ha tenido el menor reparo en falsificar documentos para crear un estado que perdura hasta la actualidad, no iba a detenerse ante nada si sus intereses así le convenían.