Procedía de la clase política de la monarquía parlamentaria y quizá por eso mismo la contemplaba con incontenible aversión. Algunos lo acusarían de ser sólo un resentido que deseaba vengarse de un rey distante.
Cuando se observa imparcialmente lo que fue la conquista del Perú y la subsiguiente explotación colonial, cuando se examina especialmente la suerte de una población indígena que fue explotada sin limitaciones y que se desplomó numéricamente no pudiendo recuperarse hasta el siglo XX y cuando se busca la razón de que aquella situación la pregunta que resuena es cómo pudo todo aquello ser posible.
Asentado al otro lado del Atlántico y disfrutando temperaturas mucho más benignas que las que atraviesa la piel de toro, me sobrecoge la noticia de la muerte de José Sazatornil “Saza”.
Los seguidores habituales de este muro me dispensarán por no poner el estudio bíblico esta semana y hacerme eco en su lugar de una situación relativa a la sanidad infantil que es digna de tenerse en cuenta.
Nada hubiera permitido presagiar que aquel niño nacido en Petilla de Aragón el 1 de mayo de 1852 se convertiría en padre de la neurociencia y Premio Nobel de medicina.
Hace unas semanas tuve el honor y el privilegio de pronunciar una ponencia sobre La fragilidad de las democracias en un evento organizado por el Miami Dade College de Miami y Demos.