No hay año en que el cine argentino no produzca alguna película de interés.
A veces suceden situaciones sencillas que acaban teniendo el calibre de una revelación. Me pasó la semana pasada con algo tan sencillo como quedarme sin limpiadora. Habitualmente, no la necesito. Soy yo quien, casi a diario, lava, friega, cocina y barre sin mayor problema y como ando solo ensucio poco.
Mi infancia y adolescencia transcurrieron durante el franquismo. Fueron suficientes para comprobar que, en comparación con los regímenes comunistas, la dictadura era relativamente suave y que, a la vez, había conseguido articular unos mecanismos de control social que facilitaban la represión.
Me llegan a diario docenas de historias que provocan un nudo en la garganta. Aparte de los millones de desempleados que hay en España y que, en algunas zonas, superan a la cuarta parte de la población activa, se trata, en unas ocasiones, de ancianos que no pueden costearse una residencia y para los que, al fin y a la postre, la muerte será una salida misericordiosa de un mundo amargo.
A mediados del siglo pasado, Hispanoamérica se colocó en la primera fila de la literatura gracias a un subgénero novelístico denominado “realismo mágico”.
Desde hace más de una década soy un aficionado perseverante de los libros de Francisco Pérez Abellán. Lo que, en un primer momento, fue curiosidad relacionada con la Historia criminal de España – un tema que Abellán conoce como muy pocos - acabó derivando en tributo historiográfico al leer su magnífico e insuperado estudio sobre el asesinato de Prim.