A partir del capítulo 6, el libro de Daniel reúne un conjunto de distintas visiones y sueños experimentados por el profeta. Dado su carácter críptico, ha sido habitual proyectar sobre el texto especulaciones que no pocas veces – no podemos ocultarlo - son ridículas. Como además se da la circunstancia…
Los imperios siempre creen que van a ser eternos. Los antiguos egipcios estaban convencidos de que la divinidad del faraón y la repetición anual de ciertas ceremonias religiosas garantizaban que su imperio permanecería poderoso y próspero.
La última sección que vimos del profeta Ezequiel concluía con la reasunción de su compromiso de ser atalaya para su pueblo. Los capítulos que vienen a continuación (c. 34-48) comienzan con una afirmación terrible, la de la perversión pavorosa experimentada por los pastores de Judá.
Uno de los aspectos que más sorprenden – casi sobrecogen – de Ezequiel es la manera en que podía estar tan extraordinariamente bien informado de lo que sucedía en su tierra natal a la vez que se encontraba reducido al exilio.
En las últimas entregas, hemos tenido ocasión de detenernos en la vida de Jeremías. Sin duda, muchos le adjudicarían el gran papel de profeta en vísperas de la catástrofe. Sin embargo, esa calificación no resultaría del todo exacta.
Al final, la marca que distingue al profeta verdadero del falso es si se cumple aquello que anunció por inverosímil que pudiera parecer cuando lo hizo (Deuteronomio 18: 22).
El ministerio profético siempre ha resultado dolorosamente molesto para el stablishment religioso. Es lógico que así sea. Mientras el sistema religioso suele insistir en que todo va bien simplemente porque el poder político se acuesta con él, los profetas tienen la costumbre de señalar las piezas que no encajan, apuntar…
Tras una descripción de su llamamiento, los primeros capítulos de Jeremías están dedicados de manera clara a exponer cuáles son los pecados de Judá de los que debe arrepentirse si desea evitar el justo juicio de Dios.