A partir de la muerte de Esteban (Hch 8, 1ss), se desencadenó una persecución contra los seguidores de Jesús de la que no estuvo ausente una violencia a la que no cabe atribuir otra finalidad que el puro y simple exterminio de un movimiento que estaba demostrando una capacidad de resistencia considerablemente mayor de lo esperado.
Esta Navidad la pasaré solo. Por primera vez en algunos años, mi hija no podrá estar a mi lado y aunque he recibido algunas invitaciones para compartir mesa y velada ese día, las he declinado cortésmente. Mi intención es apurar estos días dedicado a cuestiones únicamente espirituales.
Esta semana subo a mi último programa de El Espejo no porque no vaya a seguir el año que viene, Dios mediante, sino porque se ha terminado la temporada de 2016.
Me contaron ayer que la Agencia tributaria está absolutamente enloquecida porque a Montoro no le salen las cuentas e intentan dar como sea con un dinero que no tienen para pagar lo que no deben como, por ejemplo, las inyecciones de miles de millones de euros para el gobierno nacionalista de Cataluña.
Entre las características más inquietantes de los actuales medios de comunicación no puedo dejar de ver la rapidez. Entiéndaseme bien. Resulta magnífico, incluso ideal que la radio, la televisión o la prensa escrita nos informen cuanto antes de lo que sucede.
Suele ser opinión extendida la de que los judíos exterminados por los nazis fueron llevados a su muerte como ovejas al matadero. Esa descripción es cierta en algunos casos, pero no se corresponde ni mucho menos con otros que se contaron con millares. Hubo judíos que se enfrentaron con el III Reich no sólo en los ejércitos de sus naciones sino también en unidades de partisanos o en la Resistencia.
La vivencia de los primerísimos años de los seguidores de Jesús parece haber resultado extraordinariamente entusiasta en buena medida como consecuencia de su vivencia de las apariciones del resucitado y de las ininterrumpidas conversiones de sus correligionarios judíos.
Esta semana, en la última sección de Palabras al aire de este año, Sagrario Fernández Prieto señalaba la expresión “bailar en la cubierta del Titanic”. No está muy claro lo del baile, pero sí que la orquesta siguió tocando y que la melodía fue el himno evangélico que les traigo hoy. Permítanme hacer algo de Historia.
A diferencia de Hageo, Zacarías tendría un ministerio más prolongado aunque con un contexto semejante. A diferencia de otros profetas, su llamamiento a la sociedad en que vivía no estaría centrado en cambiar de vida para evitar el desastre sino en cómo debía construirse una sociedad arrasada que disfrutaba de una segunda oportunidad.