La trayectoria de Saulo durante los tres últimos años podía considerarse como mínimo peculiar. Inicialmente, había sido un celoso fariseo criado a los pies de Gamaliel y perseguidor de la comunidad de seguidores de Jesús.
Me he referido varias veces a Charles Wesley. Además de notable predicador – aunque no tanto como su hermano John – Charles fue uno de los compositores más extraordinarios de la música espiritual de todos los tiempos.
La primera parte de los oráculos del profeta Malaquías pinta una realidad que no podía resultar, en absoluto, grata para muchos de sus contemporáneos. Con seguridad, no pocos se sentían felices, incluso muy satisfechos, viendo cómo el templo de Jerusalén había sido reconstruido y con él, se habían reanudado los sacrificios. ¿No era para sentirse así?
A mediados de la semana pasada, asistí a un almuerzo destinado a analizar la realidad internacional desde los Estados Unidos. Los presentes – apenas una decena de personas – discrepábamos en cuestiones como la solución de los problemas de Oriente Medio, la mejor manera de tratar a regímenes como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua o la posición ante Rusia.
Yo entiendo que vean a Trump como una amenaza. Lo es. Reflexionen solamente en lo que ha llevado a cabo en la primera semana de trabajo. De entrada, afirma que hay que filtrar a la gente que llega a nuestras fronteras procedente de países donde el terrorismo es una realidad. Pero ¿qué está diciendo?
Como saben ustedes, suelo pasar por El Espejo todas las semanas. Departimos allí de temas de actualidad, analizamos lo que está sucediendo, debatimos.
La Historia y la actualidad de África no suelen ser objeto de nuestra atención. Sin embargo, tienen mucha más relación con nosotros de lo que puede parecer a primera vista. Los medios nos cuentan el último atentado en Estados Unidos, Europa occidental o Israel; apenas dicen algo de los que sacuden Oriente prácticamente a diario y ocultan sistemáticamente el sufrimiento de África. Permítanme darles un ejemplo.
El último libro de los profetas – último además del Antiguo Testamento según la clasificación cristiana – es el del profeta Malaquías. Situado también en un regreso del exilio que debía haber implicado un renacimiento espiritual de Israel, pero que dejó al descubierto una crisis de profundas características, Malaquías apuntó de manera fundamental a la corrupción del sistema espiritual.