Hace apenas unas horas recibí la gratísima noticia de que se habían podido recuperar más de diez mil volúmenes de mi biblioteca que se encuentran en España. Habían estado almacenados y, por unos momentos, se extendió el temor de que no pudiera volver a disponer de ellos. Gracias a Dios y a las gestiones de Boni Lozano, el esposo de Sharon a la que algunos conocieron en el campus literario de hace unos meses, los palés que contenían cajas y cajas de mis queridos libros vuelven a estar a salvo.
Moverse por ciertas esferas en Washington permite contemplar desde dentro el funcionamiento del legislativo norteamericano. A diferencia de España, Estados Unidos no cuenta con un sistema parlamentario sino con uno de separación de poderes o, como ellos prefieren decir, de frenos y contrapesos. Precisamente por ello, las cámaras – congreso y senado - se renuevan parcial y periódicamente y resulta impensable que se disuelvan dos meses antes de las elecciones como sucede ahora en España.
¿Se imagina alguien a un católico anunciando que Dios va a destruir el Vaticano o a un musulmán proclamando que Al.lah va a arrasar la Meca?
Si hubiera que quedarse con uno de los monumentos de Washington, seguramente la mayoría lo haría con el memorial erigido en recuerdo de Abraham Lincoln. Los que hayan seguido mínimamente mi trayectoria saben que a principios de este siglo gane un premio de biografía con una dedicada a Lincoln. Fue aquel un episodio curioso en el que no me voy a detener y que menciono aquí sólo para recordar que mi interés por Lincoln viene de muy atrás.
Washington es una ciudad dotada de una elegancia poco común. Aúna la belleza de ciudades europeas como París, Madrid o Viena con un estilo hermosamente americano.