En el episodio anterior, tuvimos ocasión de contemplar cómo la crisis espiritual previa a la Reforma se extendía al papado. Lamentablemente, no era el único segmento eclesiástico afectado por esa grave situación. A decir verdad, afectaba de manera muy directa al clero.
Hace mil trescientos tres años España existía como nación y así lo expresaba con genuino orgullo en algunas de sus obras literarias de mayor relevancia. Sin embargo, no todo resultaba idílico.
De entre los disparates con que a diario nos nutre el nacionalismo catalán uno de los últimos ha sido el de anunciar un cuerpo de espías en lucha contra España. Confieso que no doy crédito a la noticia porque hace décadas que semejante banda de indeseables ya existe. Esos agentes han vetado en los jurados de los premios nacionales - ¡de una nación que niegan! - a todo el que no se inclinara servil ante los nacionalismos catalán y vasco.
Se cumple en estos días el centenario del estallido de la Primera guerra mundial. Tengo para mi que con ella se inició de verdad el siglo XX y que sus efectos los seguimos padeciendo no sólo los europeos sino el conjunto del orbe. Sin aquella matanza colosal, Lenin no hubiera podido crear el primer estado socialista de la Historia y Hitler y Mussolini no habrían pasado de vociferantes medianías.
Fueron ellos los que se lo buscaron. Desde el principio. De manera consciente. Sin tregua ni pausa. La idea de que la llegada de nuevos inmigrantes procedentes de Hispanoamérica reforzara los vínculos con el resto de España les ponía de los nervios. Para contrarrestar tan indeseada e indeseable posibilidad decidieron abrir las puertas de la región a las gentes del norte de África sin reparar en las diferencias culturales y religiosas.
Las vísperas de la Reforma no sólo transcurrieron sobre un deterioro considerable de las estructuras eclesiales sino sobre un panorama de profunda crisis espiritual que ha sido negada una y otra vez por autores católicos de manera totalmente infructuosa ya que aparece, de manera insistente e innegable, en las fuentes históricas.
Suele ser común en no pocos medios y entre gente religiosa aspirar a ir al cielo una vez que se ha fallecido. Hay algo – aunque no mucho – de verdad en esa concepción, pero las Escrituras enfatizan una visión distinta, la de que Dios irrumpirá en la Historia en un momento determinado imponiendo al fin orden y justicia, ese orden y esa justicia que los seres humanos han sido incapaces de crear en milenios.
En esta querida nación donde, por desgracia, abundan más de lo deseable la paletería y el aldeanismo, nada hay más paleto y aldeano que los nacionalistas catalanes y vascos. A fuerza de repetirlas durante décadas – con el dinero de todos, eso sí – han terminado por creerse sus mentiras y convertirse en víctimas justas y fáciles de los cazadores de rentas en el exterior.