Resulta en ocasiones sorprendente descubrir la impresión tan absolutamente errónea que tiene el gran público de determinadas obras literarias. Estoy convencido de que para la inmensa mayoría la historia de Aladino y su prodigiosa lámpara no pasa de ser un relato para niños destinado única y exclusivamente al consumo infantil.
Las enseñanzas de Confucio resultaban tan sencillas, tan prácticas y, a la vez, tan susceptibles de poder ser llevadas a la práctica sin ocasionar convulsiones que no resulta extraño que tuvieran una enorme influencia de manera casi inmediata.
El nombre Confucio no es sino la versión hispanizada del chino Kongfuzi (c.551-479 a.C.), una de las figuras que más han influido no sólo en la historia china sino también la universal.
Estoy seguro de que mi primer contacto con la novela de Gógol lo tuve, siendo muy niño, gracias a la versión cinematográfica que protagonizaron Yul Brynner y Tony Curtis.
Recuerdo habérselo oído decir al padre Arce en una de sus incomparables clases de griego. Los protestantes que había conocido en Inglaterra mostraban un especial celo porque la gente conociera a Cristo y con esa finalidad repartían porciones de las Escrituras por la calle, en especial el Evangelio de Juan.