Hacía más de veinte años que no viajaba a México. La última vez fui invitado por varias instituciones judías para dar algunas exposiciones sobre el Holocausto; esta, mi viaje estuvo relacionado con distintas conferencias sobre el Quinto centenario de la Reforma y también la ideología de género.
Posiblemente, nunca llegué a saberse quién fue el personaje que se ocultó durante años bajo el pseudónimo de B. Traven. Sin embargo, hay que reconocer que fue un narrador excepcional y que, como muy pocos, logró reproducir la realidad de un México que salía de la revolución y que se preguntaba qué sería de su futuro.
Conocí a Nati Mistral de la manera más inesperada. Un día, a la oficina del programa que dirigía en la radio me llegó una grabación suya con un tarjetón diciendo que me escuchaba todos los días. Me crucé con ella poco después en los pasillos y fui yo quien le confesé una admiración nada fingida. Con todo, tardé años en poder entrevistarla a mi gusto.
La noticia del atentado de Barcelona me sorprendió mientras concluía un viaje por varias ciudades de México. Me llegó a través de distintos amigos y me sentí como golpeado contra una puerta. Primero, quedé aturdido y después experimenté un dolor que se agudizaba a medida que transcurrían los minutos y se sumaban los cadáveres. Sobre ese dolor, inmediatamente, se superpuso una insoportable sensación de vergüenza.
Debían ser los años ochenta y yo estaba en un lugar de la selva colombiana adonde me habían invitado a dar unas conferencias relacionadas con la Biblia. Al llegar a una iglesia, la congregación comenzó a entonar una canción cuyo autor yo conocía personalmente.
Hace ya mucho tiempo, comencé a decir en el programa La Voz que la nueva legislación anti-corrupción debería denominarse, en realidad, la Ley Rajoy de corrupción porque lo que pretendía era evitar que se persiguiera a los corruptos, especialmente, a los grandes.
Señalaba en mi último artículo que los medios están tan focalizados en las acciones deplorables de Maduro que pasan por alto las responsabilidades enormes de los partidos históricos y de la oposición en el triunfo de Chávez y en sus repetidos éxitos electorales. Durante años no sorprende que así fuera.
Leí, por primera vez, El banquete en griego. Aquel año, en clase, habían decidido que nos dedicáramos a traducir a Platón y así lo hicimos algunos - ciertamente, no todos - porque, con la pésima calidad de la enseñanza dispensada, la mayoría no sabía por dónde hincarle el diente al texto.