Para las personas de más de cincuenta años que han vivido en España, es relativamente fácil recordar una época en que ser cristiano era garantía de seguridad. Bueno, habría que decir más bien ser católico porque ser protestante o pertenecer a los testigos de Jehová o ser judío no resultaba ni fácil ni barato.
Hace años, un comunista español, cansado de que la Unión soviética, según él lo veía, se estuviera haciendo de derechas, decidió marcharse a la China de Mao.
LOS PRIMEROS CRISTIANOS: LAS FUENTES ESCRITAS (XI): FUENTES CRISTIANAS (IX): Fuentes patrísticas (I): la Didajé[1]
Todos sabemos que, a lo largo de nuestra vida, se presentan momentos de dificultad. En ocasiones, esa dificultad puede llegar incluso a lo dramático. En momentos así, las respuestas son diversas. Hay quien decide apoyarse en otros seres humanos y en instituciones.
El cine israelí no suele llegar a nuestras pantallas, pero, ocasionalmente, algunas películas lo consiguen y suele merecer la pena verlas. Es el caso de la que quiero comentar hoy. Para muchos, Israel es una nación occidental - ¿acaso no concursa en Eurovisión? – y tendría que ser como una especie de Alemania o Francia con jasidim y palestinos.
Una de las esperanzas que abrigan los mortales es la de heredar. Las herencias tienen un no sé qué de agradable que procede, en no escasa medida, de que no son fruto del esfuerzo propio sino de la laboriosidad e incluso la generosidad ajenas. Por supuesto, no siempre es fácil recibirlas.
Las generaciones actuales no pueden imaginar lo que fue la carrera espacial de hace ya - ¡cómo pasa el tiempo! – medio siglo. El envío de hombres al espacio, las órbitas de naves estelares en torno a la tierra, la llegada del hombre a la luna no les dicen apenas nada si es que les dicen algo.
LOS PRIMEROS CRISTIANOS: LAS FUENTES ESCRITAS (X): FUENTES CRISTIANAS (VIII): Obras apócrifas perdidas (I)[1]