Una de las ventajas de las vacaciones de verano ha sido el poder ver series de televisión de un tirón sin tener que interrumpirlas por la sencilla razón de que hay que trabajar. Entre esas series, ha habido de todo. Algunas – fundamentalmente, rusas - me han parecido extraordinarias; otras – en su mayoría, españolas – me han recordado otro mundo que desapareció o comenzó a desaparecer hace muchos años. Finalmente, he visto otras que no entraban en ninguno de esos apartados y que tenían su interés. Es el caso de La Veneno.
Cuando hace más de veinte años, el presidente Bush decidió invadir Afganistán - según se anunció, en busca de Bin Laden aunque diversas fuentes apuntan a que deseaba forzar el tendido de un oleoducto y, sobre todo, iniciar el PNAC - con toda seguridad no pensó que la guerra se extendería durante dos décadas, que sería la más larga de la Historia de Estados Unidos, que sería la más costosa sólo después de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, que concluiría con una innegable derrota. Ciertamente, Bin Laden fue declarado oficialmente abatido hace una década y el oleoducto comenzó a ser tendido hace años, pero por muchas vueltas que se de a la situación no parece que ambas circunstancias compensen el inmenso costo humano, económico y político de la guerra especialmente si se tiene en cuenta la desastrosa derrota con que ha concluido.
Lucas está a punto de narrar la entrada de Jesús en Jerusalén y adentrarse en la última – y trascendental – parte de su relato, cuando refiere una parábola que, como tanto material relacionado con el período previo a la llegada a la Ciudad Santa, ha sido recogida en exclusiva en este evangelio. Se trata de una parábola en la que lo mismo se encuentran referencias al momento concreto en que se pronunció – la cercanía de Jerusalén y la convicción de los discípulos en que el Reino iba a manifestarse de manera inminente (19: 11) - como a la vida de cualquier ser humano. La historia comienza con una circunstancia que los judíos conocían a la perfección, la de un hombre que tenía que marchar a otro país, lejano, por añadidura, para que le otorgaran un reino y regresar ya investido con la autoridad regia (19: 12). No otra cosa habían hecho los miembros de la familia de Herodes obligados a acudir a Roma para que el poder romano les otorgara la corona. Incluso Jesús se permitió – uno casi se imagina la ironía en sus labios – relatar como los habitantes del lugar enviaron una embajada al poder extranjero para que no lo colocara como su rey (19: 14). Una vez más, el paralelo con la dinastía de Herodes saltaba a la vista y Jesús comenzaba, pues, relatando algo más que conocido. Es igual que si hoy en día hubiera empezado diciendo “un rey se fue a cazar elefantes a África…” o “cierto jefe de estado cobraba comisiones en el ejercicio de su cargo”. En la parábola, aquel rey, a su marcha, había entregado la cantidad de una mina a diez siervos y les encargó que las hicieran producir (19: 13). Por supuesto, a su regreso les pidió cuentas y los resultados fueron muy diversos. Hubo quien de la mina sacó diez (19: 16) y vio premiada su fidelidad de manera proporcional a los resultados (19: 17). Tampoco faltó el que obtuvo un resultado menor, pero en cualquier caso multiplicador y también ése recibió recompensa (19: 19). Sin embargo, no faltó el que decidió no correr riesgos ni asumir el menor esfuerzo. En la idea de que el rey era un ser severo que echaba mano de lo que no había puesto y que segaba lo que había sembrado, decidió limitarse a guardar la mina en un pañuelo (19: 20-21). Pero aquellas excusas de mal pagador no iban a servir al mal siervo. Si, efectivamente, pensaba eso del hombre al que servía lo que debía haber hecho no era permanecer mano sobre mano sino, al menos, depositar el dinero en un banco donde se habría conservado rindiendo unos intereses (19: 23). Su destino, por tanto, sería que le quitaran la mina que le habían entregado para administrar y que se la dieran al que había producido diez (19: 24-25), algo lógico – aunque no gustara a otros – porque, a fin de cuentas, al que no produce se le acabará quitando lo que tiene asignado, principio que – imagino – debe causar escalofríos entre los partidarios de vivir a costa de los demás Estado intervencionista por medio. Por supuesto – y es un colofón significativo de la Historia – aquellos que no habían deseado que asumiera la realeza serían castigados por ello (19: 27).
En la primera entrega, me referí a los fracasos continuados del imperio británico por controlar Afganistán y la manera, ciertamente errónea, en que Estados Unidos intervino apoyando a los integristas islámicos en los años setenta y ochenta siguiendo el criterio de Brzezinski. También señalé como el PNAC anunciaba una cadena de intervenciones armadas en el planeta, en teoría, para favorecer la hegemonía americana, pero, en la práctica, más vinculadas a intereses de determinados lobbies. El documento fundacional del PNAC señalaba acertadamente que el pueblo americano no tenía ningún deseo de entrar en esos conflictos, pero que un nuevo Pearl Harbor podía cambiar la situación. Ese Pearl Harbor llegó ciertamente el 11-S, una sucesión de atentados terroristas que se relacionaron precisamente con uno de “nuestros hombres en Afganistán”: Osama bin Laden. Invadir Afganistán, sin duda, se había colocado al alcance de la mano.
Hoy reanudamos los posts. He decidido hacerlo con un tema sobre el que se están diciendo no pocas necedades. Sin ir más lejos la de la ministra de igualdad afirmando que la situación de las mujeres en España es igual que en Afganistán. Serán varias entregas. Espero que las disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Había quedado yo en darles un descanso de mi blog hasta septiembre, pero las circunstancias, en ocasiones, al menos, se imponen a nuestra voluntad. Hace apenas unos minutos, mientras aprovechaba las horas de la noche para estudiar, mi hermano me comunicó desde España que acababa de fallecer mi padre. La noticia no me pilló de sorpresa. Tan sólo hacía un par de días, mi hermano me había enviado el resultado de las últimas pruebas de mi padre advirtiéndome de que los médicos de la clínica ya habían estado a punto de someterlo a cuidados paliativos - es decir, de facilitarle la muerte - y de que sería prudente que fuera a España para despedirme de él. Como esta misma situación se presentó ya hace más de un lustro y como había hablado con mi padre la semana pasada y lo encontré bien, me resistí a compartir los temores de mi hermano. Con todo, envié a tres amigos médicos los resultados de mi padre y los tres me aseguraron que no veían peligro de un fallecimiento cercano. Era cierto que le habían detectado un carcinoma en un pulmón, pero dos me dijeron que podían radiarle – la intervención quirúrgica la descartaban – y que así podría vivir todavía varios años más. Mi hermano se mostró muy escéptico cuando se lo comuniqué todo hoy. Me insistió en que bastaba verlo para percatarse de que se acercaba al desenlace. Incluso me comentó paralelos con otros seres cuyos pasos previos a la muerte había contemplado. Me resistí a creerlo porque me fiaba de los facultativos y le dije que me tuviera al corriente. A las pocas horas, me avisaba de su fallecimiento, entiendo que acontecido durante el sueño.
Al-Ándalus, siglo IX. Oso, un cristiano de vida irregular, está a punto de ser ejecutado por orden de un tribunal musulmán. Cuando la sentencia va a ejecutarse, Oso ofrece conseguir una planta mágica a cambio de que se respete su vida. El pacto es aceptado, pero solo contará con doce días para cumplir su misión mientras su hija Lara se queda como rehén. Ayudado por su amigo, el persa Yalal-ad-Din, y por Osobelena, una esclava normanda, Oso intentará salvar su vida y la de su hija en una misión imposible.
El exiliado no es solo un relato de la época de la Reforma y la Contrarreforma... aunque también lo es. A decir verdad, constituye una descripción de cómo las diferentes sociedades se definen y se labran no únicamente en el presente, sino también en el futuro basándose en los valores que abrazan. Son esos valores los que las convierten en fuertes o en muy débiles a la hora de enfrentarse con crisis. Esos valores son, además, los que las colocan sobre la senda de un futuro próspero o de una repetición de desastres ya sufridos en el pasado.
Este es el último post de la temporada. Volveré, Dios mediante, el 1 de septiembre a este blog. Seguiré en contacto con ustedes en los programas de www.cesarvidal.tv Les deseo unas felicísimas vacaciones. Hasta el regreso. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
A lo anterior se sumaba el poder absoluto del que disponía la Inquisición para arruinar económicamente al reo y a sus descendientes. Una condena como la de destierro implicaba la miseria de familias que se veían apartadas de sus medios de vida. A esta terrible circunstancia se añadían las multas y las confiscaciones de bienes que llenaban las arcas de la Inquisición. Basta analizar este tipo de condenas para descubrir que sectores enteros de la población como los descendientes de judíos o de moros fueron quebrados económicamente por la Inquisición con la intención nada oculta de mantenerlos en la pobreza y evitar que pudieran competir con los cristianos viejos.