Gibbon, que tanto se esmeró en describir la decadencia y caída del imperio romano, lo consideró uno de los cinco mejores emperadores no sólo por sus logros sino también por su sabiduría.
El poder de la palabra sigue siendo un fenómeno que no deja de sobrecogerme. Lo he experimentado de manera especialmente conmovedora hace unos días al contemplar un documental argentino de Pablo Racioppi titulado Diálogos.
En mi recuerdo, no por lejano menos vivo, El Salvador aparece como el lugar más espantosamente violento de Centroamérica. A diferencia de la guerra librada por el régimen sandinista frente a la contra, la de El Salvador era visible por las calles y las plazas donde resultaba imposible no sentirse sobrecogido ante la visión de jóvenes a los que una mina “quitapiés” había arrancado una de sus extremidades inferiores.
Roma no sometió totalmente Hispania hasta finales del s. I a. de C., pero los resultados fueron espectaculares. Un ejemplo de ello fue el cordobés Séneca.
Si, de entre las naciones que componen Centroamérica, Nicaragua, incluso El Salvador, aparecen ocasionalmente en los medios de comunicación, Honduras es la gran olvidada. Sin embargo, su relevancia no es escasa - ¿sabían que buena parte del chocolate suizo se fabrica con cacao hondureño? - siquiera porque es conceptuada en los informes internacionales como la nación más peligrosa del mundo. Durante las dos últimas décadas, Honduras ha progresado notablemente en términos económicos y basta recorrer las calles de Tegucigalpa para percatarse de ello.
Volver a Centroamérica tras dos décadas no es cosa baladí. La conocí en una época en que estaba desgarrada por la revolución y las guerras civiles – en una de ellas estuvieron a punto de fusilarme dos veces – y el reencuentro ahora ha resultado, a la vez, doloroso y dulce. Porque el subcontinente ha avanzado no poco y donde antes había casuchas ahora se levantan edificios de Zara o de franquicias norteamericanas, pero sus problemas no son escasos.