Salgo del DF por avión en dirección a Guadalajara. Al aeropuerto me acompaña Julio que, en el camino, me comenta cómo toma ese vuelo con frecuencia ya que es de Sinaloa. Es escuchar la palabra Sinaloa e inmediatamente en la conversación aparece El Chapo Guzmán.
Si hay algo de lo que no tengo la menor duda es de que Dios me ha salvado de infinidad de peligros a lo largo de mi vida. En algunos casos, lo supe desde el primer momento porque había orado por ello, porque el peligro era manifiesto y porque vi cómo se disipaba.
Hacía más de veinte años que no viajaba a México. La última vez fui invitado por varias instituciones judías para dar algunas exposiciones sobre el Holocausto; esta, mi viaje estuvo relacionado con distintas conferencias sobre el Quinto centenario de la Reforma y también la ideología de género.
Posiblemente, nunca llegué a saberse quién fue el personaje que se ocultó durante años bajo el pseudónimo de B. Traven. Sin embargo, hay que reconocer que fue un narrador excepcional y que, como muy pocos, logró reproducir la realidad de un México que salía de la revolución y que se preguntaba qué sería de su futuro.
Conocí a Nati Mistral de la manera más inesperada. Un día, a la oficina del programa que dirigía en la radio me llegó una grabación suya con un tarjetón diciendo que me escuchaba todos los días. Me crucé con ella poco después en los pasillos y fui yo quien le confesé una admiración nada fingida. Con todo, tardé años en poder entrevistarla a mi gusto.
La noticia del atentado de Barcelona me sorprendió mientras concluía un viaje por varias ciudades de México. Me llegó a través de distintos amigos y me sentí como golpeado contra una puerta. Primero, quedé aturdido y después experimenté un dolor que se agudizaba a medida que transcurrían los minutos y se sumaban los cadáveres. Sobre ese dolor, inmediatamente, se superpuso una insoportable sensación de vergüenza.