La noticia del atentado de Barcelona me sorprendió mientras concluía un viaje por varias ciudades de México. Me llegó a través de distintos amigos y me sentí como golpeado contra una puerta. Primero, quedé aturdido y después experimenté un dolor que se agudizaba a medida que transcurrían los minutos y se sumaban los cadáveres. Sobre ese dolor, inmediatamente, se superpuso una insoportable sensación de vergüenza.
Debían ser los años ochenta y yo estaba en un lugar de la selva colombiana adonde me habían invitado a dar unas conferencias relacionadas con la Biblia. Al llegar a una iglesia, la congregación comenzó a entonar una canción cuyo autor yo conocía personalmente.
Hace ya mucho tiempo, comencé a decir en el programa La Voz que la nueva legislación anti-corrupción debería denominarse, en realidad, la Ley Rajoy de corrupción porque lo que pretendía era evitar que se persiguiera a los corruptos, especialmente, a los grandes.
Señalaba en mi último artículo que los medios están tan focalizados en las acciones deplorables de Maduro que pasan por alto las responsabilidades enormes de los partidos históricos y de la oposición en el triunfo de Chávez y en sus repetidos éxitos electorales. Durante años no sorprende que así fuera.
Leí, por primera vez, El banquete en griego. Aquel año, en clase, habían decidido que nos dedicáramos a traducir a Platón y así lo hicimos algunos - ciertamente, no todos - porque, con la pésima calidad de la enseñanza dispensada, la mayoría no sabía por dónde hincarle el diente al texto.
Los terribles acontecimientos de Venezuela ocupan un espacio más que justificado en los medios. Con todo, en no pocas ocasiones, la parcialidad es tal que se pasan por alto factores de notable importancia. No deja de ser una circunstancia llamativa porque, sin considerarlos, difícilmente se puede diagnosticar de manera correcta donde está en estos momentos y hacia donde puede ir Venezuela.
La vida en Miami tiene alicientes especiales. Uno de ellos es las visitas que recibo de gente de fuera. Buena parte de ellos son españoles que pasan por el sur de la Florida y deciden visitarme para que les firme alguno de mis libros, para estrecharme la mano o incluso para traerme comida española.
Se cuenta que, a media noche, un granjero y una maestra, una prostituta y un predicador iban en un autobús que se dirigía a México. Uno iba de vacaciones, la segunda en busca de una educación superior y los otros dos buscaban – aunque de maneras distintas - almas perdidas.