El lunes, tuve el inmenso placer de presentar mi libro La revolución rusa. Un balance a cien años de distancia en el Interamerican Institute for Democracy.
Señalé en una entrega anterior que el primer año de Donald Trump en la Casa Blanca ha traído unas cifras económicas que podrían calificarse de sobresalientes. El empleo y la bolsa constituyen, al respecto, sólo algunos de los indicativos.
Las muertes de los dictadores nunca se ven ayunas de cambios. En ocasiones, el paso siguiente es declarar el régimen periclitado y dar paso a una transición más o menos democrática.
No faltan las personas que consideran que no tendrían inconveniente en servir a Dios si Este no los obliga a moverse de su sitio.
Se ha cumplido el primer año de la victoria electoral de Donald Trump y no da la sensación de que los medios estén especialmente entusiasmados con la conmemoración del aniversario.
El tema de la predestinación ha hecho correr ríos de tinta desde los inicios de la Historia del cristianismo. La idea aparece con profusión en el Nuevo Testamento – especialmente en los escritos paulinos y en el Evangelio de Juan – y, posteriormente, fue asumida tanto por Agustín de Hipona como por Tomás de Aquino.