Los seguidores habituales de este muro me dispensarán por no poner el estudio bíblico esta semana y hacerme eco en su lugar de una situación relativa a la sanidad infantil que es digna de tenerse en cuenta.
Nada hubiera permitido presagiar que aquel niño nacido en Petilla de Aragón el 1 de mayo de 1852 se convertiría en padre de la neurociencia y Premio Nobel de medicina.
Hace unas semanas tuve el honor y el privilegio de pronunciar una ponencia sobre La fragilidad de las democracias en un evento organizado por el Miami Dade College de Miami y Demos.
Apenas se había estrenado la II República, cuando los nuevos detentadores del poder comenzaron a cambiar de manera desenfrenada los nombres de las calles. Sería nada menos que Manuel Azaña el que se burlara de semejante conducta escribiendo que ésa era “una de las primeras cosas que hace en nuestro país cualquier movimiento político.
En su primer capítulo Qohelet había dejado de manifiesto como la vida humana, vista debajo del sol, está vacía para a continuación señalar esa misma vaciedad en la búsqueda de la sabiduría.
La palabra “dictadura” tiene una merecida mala prensa, pero, originalmente, no pasó de ser una magistratura romana destinada a enfrentarse con situaciones especialmente dramáticas.