Hay predicadores que sostienen la tesis peculiar de que la vida cristiana es un camino de rosas. A decir verdad, sólo puede ser un camino de rosas. Cuando no es así, se debería a la falta de fe, a la ausencia de espiritualidad o a una incomprensión de lo que es la vida cristiana.
El tiempo que pasé en Colombia dedicado a pronunciar una serie de conferencias sobre la Reforma y a aparecer en medios de comunicación fue empleado también en otros menesteres. Quizá el más relevante fue el de conocer cómo era la situación en las prisiones colombianas y, sobre todo, el dar los primeros pasos para la creación de una fundación humanitaria.
En esta sección suelen abundar más los libros que las películas, quizá porque los libros buenos se me han ido arracimando a lo largo de más de medio siglo y porque ahora no son tan abundantes las películas que merecen la pena. Sin embargo, las hay más que recomendables y algunas de reciente factura.
Hace años, cuando ZP decidió en una aberración jurídica colosal legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, afirmé que una de las peores consecuencias de semejante adefesio era que, al quebrarse el matrimonio, monógamo y heterosexual, por este último lado no tardaríamos en llegar a la poligamia.
No pocas veces, el profeta sufre eso que algunos han denominado el síndrome de Casandra. Ve lo que va a suceder, lo anuncia, pero mucha gente – quizá todos o casi todos – no escuchan su anuncio.